Madrid es una ciudad con muchos bares, cafés, centros comerciales y teatros, pero no hay muchos autómatas o relojes singulares.
En la calle de la Sal, que desemboca en la Plaza Mayor, se encuentra uno de estos escasos y originales muñecos animados, que representa un relojero.
Un oso bajo un madroño lo acompaña en sus movimientos cadenciosos, mientras una riada humana discurre bajo el dintel que los acoge.
Artistas callejeros, vendedores, pedigüeños pícaros y hasta pobres verdaderos conviven en esta interesantísima calle junto al relojero y al oso, que a pesar de estar siempre mirando desde lo alto, pasan desapercibidos para los atribulados viandantes, más pendientes de escaparates y espectáculos a ras de tierra que del relojero silencioso que quiere saludar a todos.