PIB España 2011-2013 |
Hay un bar asturiano en la calle Pez, de cuyo nombre ni quiero ni puedo acordarme, al que acudo a buscar algo de consuelo gastronómico cuando otros ya han cerrado.
La hosquedad de los camareros es la propia de la gente del norte que se sabe del norte y que desea una clientela menos ruidosa y menos trasnochadora, a la que haya que trabajar menos.
Hoy acudí como último recurso por una caña y un pincho. La barra estaba desolada, con tres croquetas huérfanas de padre y madre perdidas en la inmensidad del acero fregado y vacío.
Iba con una acompañante a la que no le gusta el cabrales -que se sacaron de un lugar misterioso- así que pedí para ella una croqueta de pincho, de esas deseosas de ser adoptadas.
Era evidente para el camarero, atento a nuestra disertación sobre lo potente e inadecuado para ciertos paladares, que el cabrales no sería deglutido más que por un comensal, por lo que la croqueta era la petición lógica y consecuente de quien no quiere dejar su estómago a dos velas.
Al pagar, nos cobraron la croqueta que había dejado dos hermanas mellizas en la vitrina, como últimas de su especie, con los anhelos de cariño en la costra.
Esa indescriptible sensación de incomodidad y repugnancia que se apodera de uno cuando se presencia y sufre un acto inmoral, aconteció esta misma noche.
Nos cobraron la croqueta a 0'75, como un extra, sin aplicar la ética que aconseja no cobrar los restos.
Como en otros muchos bares imperan la lógica y la ética, el exabrupto resulta más sonoro, por lo que iré a otras barras menos miserables donde traten mejor al cliente, que es realmente el que paga y les sostiene.
como odio las tipicas barras de ese material viejo digno de la epoca de la familia alcantara,con ese camarero que limpia un vaso vacio con una bayeta mohosa mientras chupa un palillo desgastado y mira al infinito,indiferente al ver su vida pasar lentamente.
ResponderEliminar