sábado, 9 de febrero de 2013

Madrid apesta a pipí

El ahorro y la corrección política nos llevará a comer m ...

Vivir en la capital de España nunca ha sido fácil, excepto en ciertos tiempos y para algunas personas; y aún así, salir a la calle ha supuesto siempre un ejercicio de paciencia y autocontrol.

Algo de esto me ha pasado estos últimos días. Ayer, por ejemplo me acerqué a mi querido pero no siempre bien cuidado coche a ver si estaba entero, porque temo por los rayones y los espejos. Iba a colocarle una batería recién comprada, como un nuevo corazón que lo despertase del largo sueño de diez días sin energía.


Pero al llegar, vi que le habían arrancado los tapacubos traseros, con tal saña que se llevaron el plomillo de una de las ruedas.

Sentí en la fealdad desnuda de sus llantas, negras y sucias,  la misma sensación que leyendo el Príncipe Feliz de Wilde, cuando era poco a poco despojado de sus joyas y hojas de oro por su amada golondrina, sólo que esta vez fueron los cuervos los saqueadores.



Un poco más allá salía de su casa un tipo con su perra sin atar, la cuál se despatarró sobre el asfalto y vertió sus escurrajas sobre el negro alquitrán, corriendo calle abajo en un reguero interminable. El susodicho sujeto, a la sazón un trabajador “normal” por su atuendo, no prestó atención, de tan “normal” que lo veía. Porque realmente le importaba tres cojones lo que yo opinara.



Y otra más: la semana pasada, sin ir mucho más allá, mi admirado panadero llevaba suelto a su carísimo can y le dejó miccionar sobre las ruedas de un lujoso coche aparcado. También un ejercicio de civismo extremo, porque él mismo no se bajó los pantalones; algo que sí hacen los suramericanos –no seré cínicamente correcto- de mi calle, sin girarse siquiera de cara a la pared, apestando a cerveza y hablando en una jerga tan incomprensible como sus actos.

La basura se ha adueñado de la calle, los olores de las alcantarillas se escapan por los orificios de las tapas. Hasta el desagüe de mi casa apesta, tal vez por la dejadez de los colectores, porque estoy harto de limpiar las tuberías.

Las ratas han hecho su aparición, atropelladas por los coches, y a las vivas se las intuye.

No es sorprendente que el Ayuntamiento apeste cuando lo hacen las propias entrañas de la ciudad.




¡Baldea ya de una puta vez las alcantarillas y el consistorio, Botella!

















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