La zancadilla
imperceptible
21/09/2007
He sido contratado en tres
ocasiones por distintas empresas: una consultora de recursos humanos, una
empresa de selección de personal informático y una sociedad farmacéutica.
En los tres trabajos he percibido
la presión de compañeros y jefes.
En la primera tenía un agobiante
compañero que trataba de molestarme, lo mismo que a los demás, porque era su
manera normal de ser. Conmigo se metía con mi procedencia geográfica “el de
Valladolid”, como tachándome de paleto provinciano un poco afectado. Mi
atractivo personal lo soportaba malamente el jefe, pues mis chistes hacían
gracia y los suyos no. Al final me puso entre la espada y la pared y no me
renovó, a pesar de haber sido un trabajador de alto rendimiento y que se vació
de entusiasmo y dedicación, estando siempre dispuesto a ayudar a los compañeros
en lo laboral y en lo personal, dedicando mucho tiempo en casa al trabajo y
fines de semana.
En la segunda, mi compañera de
pecera me ahumaba sin cesar, y a mis preguntas interesadas sobre el trabajo
apenas me prestaba atención. El encargado de supervisarme apenas se ocupó de
mí, como temeroso de que le quitara el puesto, o simplemente desinteresado en
enseñarme. El jefe vociferaba sin cesar a todo el mundo, hasta que se dirigió a
mí. Le contesté diplomática y punzantemente y al día siguiente me echó,
seguramente convencido de que era un desagradecido.
En el tercer empleo estoy (aún)*. Desde el primer día he
caído mal, y yo creo que hasta me putean. Me marginan en las conversaciones y
no me contestan cuando les pregunto. A veces me contestan después de un rato.
No sé a qué se debe, pero yo ocupo el puesto de una que se vio forzada a
marcharse después de un mes. El tesorero cada vez que habla conmigo por teléfono
me pregunta si estoy bien y cosas por estilo. Y en la entrevista incidió
especialmente en el trato con los compañeros.
Tal vez yo pueda parecer un poco
altivo y distante, pero soy educado, trabajador, amable y colaborador. No me
merezco este trato injusto, que yo suelo explicarme superficialmente como
propio de gente sin evolucionar que se ha fabricado en este horno de miseria
mental que se llama Madrid.
Mi esperanza es que los restantes
habitantes de este maltrecho país desdigan los comportamientos que me someten a
este sufrimiento moral desde que aterricé en esta inhóspita calamidad
edificada, culmen del despropósito, la amargura, la incultura, la brutalidad y
la falta de respeto por el otro.
*Año 2002. A los pocos meses me echaron, después de un acoso despiadado que casi acaba conmigo. Fue por parte de un par de gordas feas hijas de putas. Requerí la presencia de mi abogada y no fuimos a juicio, en parte por su inexperiencia y en parte por la mía. Hoy sería diferente, acudiría a un psicólogo especializado, a un abogado laboral e iría con toda la artillería. Como veis, a pesar del tiempo transcurrido no he olvidado, aunque estoy completamente curado.
Y un mensajito para los acosadores: se os está acabando el duro.
Y un mensajito para los acosadores: se os está acabando el duro.
No dejes que te intimiden; no te sientas culpable, porque no lo eres; no tengas miedo y, sobre todo, pide ayuda.
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