domingo, 9 de febrero de 2020

Marcel Proust y una tarta de zanahoria de Singapur


Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto antes de que nos llegue la muerte, o no lo encontremos nunca.

Marcel Proust en Por el camino de Swann


Tarta de zanahoria, fuente Internet
Uno de los pasajes literarios más bellos y evocadores que he leído, que nunca lo tuve en los anaqueles de mi biblioteca.

No recuerdo la cantidad exacta, pero llegamos a juntar en la casa de mis padres no menos de 3.000 libros, seguramente muchos más porque me cansé de contar. Y sin embargo no recuerdo ninguno de Marcel Proust.

En nuestra casa la literatura francesa estaba infrarrepresentada, pues si bien se leía desde Pierre Louÿs a Alejandro Dumas, lo francés nos parecía caduco, pervertido, chovinista y lejanamente sofisticado, además de manifiestamente antiespañol.

Tal vez tuvieron poco que ver las positivas experiencias de mi padre con la Legión Extranjera en el Sáhara y mi lejana ascendencia francesa por parte de madre y mucho las tensiones entre los dos países con los volcados de fresas, la cicatería en extraditar terroristas, la dificultades para entrar en la Comunidad Económica Europea, … y la historia conocida desde los conflictos en Italia en el XVI.

Marcel Proust
Cuando me convertí en estudiante la biblioteca aumentó profesionalmente, pero la literatura apenas incorporó más papel que algunos clásicos españoles para ambientarme en mi licenciosa vida salmantina. Una vez finalizada mi completa formación académica en las aulas y moral en las calles y sierras de Salamanca me mudé a la Villa y Corte, donde aprecié de veras tener espacio para mis libros, la mayoría de los cuáles viajaron conmigo.

Y fue en Madrid donde accedí al entretenidísimo ensayo Bravuconadas de los españoles de Pierre de Bourdeille y al libelo cuasianónimo de M.A.S. Contra los franceses o la nefasta influencia, el primero de ellos de divertido recuerdo y el segundo un amargo y largo trago que justificó mi sentencia sobre la literatura francesa de más arriba, y que, utilizando una frase de Pascal, puedo resumir:


Pretendían que tomásemos sus oscuridades por misterios
cuando sus claridades eran ridículas.


Y en esas estábamos cuando, abandonando por contagio toda esperanza en la literatura, me lancé en pos de los libros de viajes, retomando Darwin, Salgari y los exploradores españoles del mar de Joló.

Magdalenas de Commercy, como las de Proust
Me embarqué entonces hacia Singapur para experimentar algunas de las emociones de esos viajeros, y allí descubrí a Russell Wallace, cuyo Viaje al archipiélago malayo me abrió los ojos a las matanzas de especies en pro de la Ciencia y cómo se proveía a los fascinantes cuartos de maravillas y museos decimonónicos que tanto me gusta visitar.

Y sobre todo descubrí a Marcel Proust en un café cosmopolita y concurrido del aeropuerto internacional Changi metido en una tarta de zanahoria.

Han pasado 20 años y sigo evocando los sabores misteriosos de esa tarta irrepetible desde entonces. Fue mi primera comida en Asia y la última de aquel viaje de semanas por las islas malayas, como mixtura de Occidente y Oriente, pues lo que yo creía una receta nostálgica del Imperio Británico en aquel territorio ha resultado ser algo bastante más sofisticado.

Si a Proust sus extrañas magdalenas alargadas en forma de concha del peregrino mojadas en té le evocaron los más vívidos recuerdos de infancia con su tía Leoncia en Combray y una felicidad inesperada en su desmesura, a mí la tarta de zanahoria de ese café del aeropuerto me evocó las rosquillas fritas de mi abuela María de Ciudad Rodrigo, mis esencias patrias y mi apertura a los sabores nuevos y complejos de la Asia que estaba a punto de descubrir.

Hotel Inglaterra, Valladolid
Hoy mi abuela ya no está y el sabor especial de sus rosquillas ha desaparecido para siempre. Las rosquillas que hace mi madre están muy buenas, pero no saben igual, y yo ya no lo intento por lo costoso del proceso y la mediocridad del resultado.

He probado la tarta de zanahorias con café y té en España, Inglaterra, Alemania, Noruega y Finlandia y puede que en algún sitio más, pues siempre la busco, del mismo modo que pruebo el chorizo y el vino en cada pueblo de España que visito, pero ninguna como aquella de Singapur.

Recuerdo especialmente la del desaparecido Hotel Inglaterra de Valladolid, donde la probé por primera vez con té. También alguna otra en Göttingen en un café de viejas; la del café del Real, posiblemente la mejor de Madrid, y que he probado muchas veces; la interesante del Living in London que estaba en Alonso Martínez, pero no recuerdo especialmente ninguna de Inglaterra, la cuna de la tarta de zanahoria, donde seguramente no la encontré a mi gusto por el exceso de oferta y de turistas.

Salón de lecturas del Hotel Inglaterra, Valladolid
Las recuerdo esponjosas, o duras como bizcocho denso, en capas o simple, con trozos o sin ellos, con coberturas empalagosas con sabor a queso o mantequilla, dulzonas o insípidas, y muy pocas equilibradas en las partes críticas: esponjosidad, densidad, dulzor y cobertura. Las más acertadas lo conseguían en las tres primeras, pero naufragaban en la cobertura, que llegaban a intercalar en capas y se cargaban un buen bizcocho.

Sin embargo la rememorada tarta de Singapur conseguía la cuadratura del círculo: firme, esponjosa, con tropezones muy palatables, baja de dulzor y con una cobertura de crema densa que no mataba el bizcocho, sino que lo revivía, convirtiendo en un sacrilegio la separación de ambos, algo tan recurrido para salvar el tiempo de café que a veces ayuda a distinguir la personalidad del observado.

Terminal Jewel Changi en Singapur,
perfumada con té de orquídeas
Tal vez los ingleses no sepan mucho de cocina sofisticada, y los franceses sólo hablen de sí mismos en la literatura, al menos a ojos de este español más bien cultivado y algo convencional, pero el legado al arte culinario y a la literatura universales de su carrot cake y de Marcel Proust que conocí en aquella concurrida e impersonal cafetería en 2001 merecen ser exportados a la galaxia entera, y que en cada espacio puerto, con tu pedazo de tarta de zanahoria te adjunten un ejemplar de Por el camino de Swann, para que todos los extraterrestres sepan lo bien que se hacen algunas cosas en el planeta Tierra.

No tengo aún la receta de esa maravillosa tarta malaya, pero estoy en ello; mi pequeño equipo de investigación ha descubierto después de 20 años que aquél lugar sigue existiendo y es muy exitoso, y pronto tendréis noticias.


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