El feo y destartalado parque de La Ventilla |
Madrid es pródigo en arbolado callejero y en superficie arbolada,
y hay muchos jardines convencionales sin interés, de esos para cumplir las
demandas de los vecinos, de esos con fuentes de cemento vacías y sucias, de
setos sin recortar, poblados de plátanos de sombra fungosos y papeluchos
volados por el viento.
Luego hay
otros jardines y parques venerados por los turistas, como el Retiro, con escaso
valor florístico y mucha extensión, aunque con edificios interesantes en su
interior. La Guerra de la Independencia le hizo mucho daño y no han sabido
recuperarlo sus herederos.
Dentro de
él hay incluso una estufa fría que nunca se llegó a utilizar y que ahora llaman
Palacio de Cristal de manera rimbombante y obscena, un lugar señero para
indicar a las claras el poco interés botánico de una ciudad como Madrid, que
dedica su mejor contenedor vegetal a unas exposiciones de tan escaso interés que
la mayor parte de la gente visita para ver precisamente la estructura del
invernadero.
El
cercano y diminuto Jardín Botánico es un abigarrado montón de especies y ha
perdido cualquier interés paisajístico, aunque es bastante útil para aprender a
reconocer las plantas.
Quinta de
Los Molinos, interesante jardín mediterráneo agrícola recientemente descubierto
por el gran público por sus más de mil almendros, dicen ...
O Quinta
de Torre Arias, que son restos de una heredad señorial con sus jardines,
invernaderos y huertas, con algún ejemplar interesante, como su encina
esquinera, pero nada maravilloso a nivel vegetal. Sus agrupaciones de rusco son
las más abundantes de los parques que conozco en la capital.
Otra
quinta, la Fuente del Berro, es más original e interesante, encajada entre una
autopista y una zona de casas bajas de aspecto mediterráneo.
El enorme
parque Juan Carlos I no es más que una horrible manifestación de lo que la
planificación municipal y la ideología masónica actuales pueden hacer: una
mierda.
El
Capricho es también un parque de simbología masónica, pero con el gusto de la
cultura paisajística y del romanticismo, y sin duda el parque más bello de
Madrid.
En Torre Arias hay árboles interesantes, como este negrillo (Ulmus minor). |
Los
Jardines del Príncipe de Anglona son el ejemplo contrario: muy antiguo, muy
pequeño, descuidado, ... Se ve que el ayuntamiento sabe la joya que tiene pero
le importa tres cojones. Urge una intervención para salvar su suelo de
ladrillo, sus especies y su deplorable aspecto, incluyendo la vigilancia contra
las merendolas que organizan algunos papás pijos progres de la zona dejando que
sus niños salvajes se suban a los granados de allí.
El Campo
del Moro es todo lo contrario: enorme y bien cuidado, con ejemplares notables,
como robles y pinos. Tiene en un pequeño estanque dos cisnes negros, hay pinos
laricios notables y un gran roble centenario que merece por sí solo la visita.
En la actualidad tiene un bar cuya instalación es un acierto para atraer
visitantes, pues está muy a trasmano de todo.
Y luego
hay otros, más o menos interesantes, más o menos extensos, más o menos urbanos,
circunscritos a la ciudad de Madrid, como:
Los
Jardines de Sabatini, actualmente ofendidos por el hachazo a su cerca por el
inefable y abstruso proyecto de la Pza. de España, una basura muy digna de la
gestión nefasta de la alcaldesa comunista Carmena y del continuismo del
conservador Almeida, que no ha querido corregir la bazofia más cara que se ha
construido en Madrid desde el scalextric de Atocha.
Madrid
Río, gigantesca cubrición de una arteria viaria urbana.
El Manzanares con sus odiosos ailantos a su paso por Madrid |
El Olivar
de Castillejo, con su hectárea y cien olivos, mucho ruido y pocas nueces: una
especie de huerta descuidada con arbolado de poca altura que se vende como un
paraíso en la tierra, con una pequeña casa de ladrillo que necesita una
restauración a fondo y en medio de grandes edificios que lo encajonan.
Jardines
de Pablo Sorozábal, con su Jardín del Ajedrez.
Jardines
de la Casa de América, junto a Cibeles, con salas de exposiciones y un bar
restaurante, pequeño y sombreado, una isla en medio de Castellana, pero poco
más.
El jardín
del patio del Museo de América en Moncloa.
El jardín
del patio del Museo Reina Sofía, grande, soso, intrascendente.
El jardín
del patio del Museo Romántico, muy pequeño y agradable, sin apenas interés
botánico pero interesante para un descanso y promover la quietud y el deleite.
Parque
Santander, en antiguas instalaciones del Canal de Isabel II, muy urbanizado e
intransitable, rodeado de instalaciones deportivas y modificaciones de tinte
político que actualmente lo tienen prácticamente inservible y desconectado por
zonas. Otro despropósito político mayúsculo en esta ciudad de políticos
mediocres y desnortados.
Parque Rodríguez Sahagún, zona aterradora |
Parque de
Rodríguez de la Fuente, un despropósito de pinos, de abulia y de falta de
mantenimiento al que deberían llamar con el nombre de cada alcalde actual para
no desmerecer al gran naturalista español.
Dehesa de
la Villa, pinos piñoneros y caminos. Algunas jaras pringosas, chumberas y poca
variedad de especies. Junto a uno de sus caminos se declaró recientemente un
incendio y aún no se limpiado de mierda de pernoctas el espacio quemado.
Parque de
Berlín, con sus pedazos de lienzos del Muro de Berlín. Pequeño y muy
interesante parque por los árboles cultivados que alberga, con buena calidad de
conservación.
Jardines de Ciudad Lineal. Desde que se construyera, se han limitado a regar la hierba. Grandes pinos y cedros podados de mala manera después de los destrozos de la borrasca de nieve Filomena, que causó estragos por la falta de mantenimiento previo de los árboles de toda la ciudad.
Jardines del Palacio de Liria, un patio por descubrir, imagen de parterres aristocráticos donde obtener una imagen con un Porsche delante.
Parque Rodríguez Sahagún, de película gore |
Jardines
Mohamed I, un yacimiento arqueológico y zonas con algunas plantas que son una
encerrona porque sólo tienen una entrada y no puedes subir hasta la calle Mayor
desde la zona de
la terraza Atenas.
Talud de la muralla frente a la catedral de la Almudena, se lo podrían haber currado un poco más.
Jardines de San Francisco, antigua dalieda, un balcón de Madrid a la nada,
porque está descuidada, como todo lo vegetal en esta ciudad disfrazada de
verde.
Rosaleda del parque del Oeste (Jardín de Ramos Ortiz). La más valiosa y
desconocida rosaleda de Madrid, útil para conocer las variedades de rosas en un
entorno tranquilo cerca del teleférico.
Rosaleda de El Retiro, pequeña e interesante, un complemento del parque y,
seguramente, su espacio vegetal más cuidado e interesante.
Hay otros
muchos, escondidos en patios, abandonados o desfigurados por manos torpes,
olvidados o sitiados en áreas periurbanas. Se me ocurre el aberrante parque de
la Ventilla, ejemplo de cómo plantar pinos laricios a diestro y siniestro, y te
deja con ganas de no volver ni para ponerlo a parir.
Pero voy
a relatar mi descubrimiento de uno diminuto, bellísimo, un rincón andaluz en
medio de la urbe ruidosa: el jardín del Museo Sorolla.
A pesar
de haber trabajado en la acera de enfrente durante un año, pasado decenas de
veces por su puerta, conocer su existencia y hecho decenas de intentos de
visitar a un pintor que de veras me gusta, no imaginaba su belleza e interés.
Ayer (no
recuerdo el día, sólo que era plandemia), acuciado por la necesidad de recuperar
un Madrid que se nos muere por la maldad, estulticia y negligencia de sus
dirigentes nacionales, regionales y locales, me sugirieron tomar un café en sus
jardines.
Imaginaba
que esas mesitas que veía desde fuera eran de un pequeño café en un exiguo
jardín de tres grandes árboles y alguna enredadera, tal vez una fuente redonda
de piedra artificial y algún seto, todo lo más de boj, desencantado como estoy
de las escasas habilidades de los jardineros de esta villa y corte republicanas.
Pero no,
no existe tal café, ni nada sirven que no sea exquisitez, dulzura, buen gusto,
estilo, en ese truculento estilo postromántico que imita los jardines romanos y
andaluces, con una fuente lineal de azulejos y otra circular de mármol,
pequeñas esculturas clásicas y hasta un arrayán plantado por el mismo Sorolla
en 1917.
Un remanso
de paz con el ruido de los coches, pero el mejor descubrimiento que he hecho en
Madrid desde que visité las terrazas en altura.
El jardín
del Museo Sorolla se restauró entre 1987 y 1990 y carece de unidad estilística,
aunque es de una gran armonía.
Invito a la corporación municipal madrileña actual y a sus
concejales presidentes de distritos a que visiten dicho jardín y tomen nota,
pero atados, no sea que les dé por tocar algo.