sábado, 1 de octubre de 2016

Crítica a Siroco: recuerdos del Sáhara Occidental

Puesto de Guelta Zemmur en 1957,
a la izquierda el Jeep Willys
... de cuando en cuando, después de haber reposado con viveza de la vorágine laboral, repaso los cantos de algunos libros olvidados adquiridos en los años pasados, habitualmente releídos y furtivamente estudiados en partes; aquellos que necesitan una segunda y tercera lecturas profundas, y completar unas pocas páginas aún ignotas.

Uno de esos libros rescatados de su polvo es Siroco, escrito por un teniente de Grupos Nómadas destinado en un aislado puesto del tórrido interior del Sáhara Occidental hace 58 años.

El libro parece uno de tantos escritos por oficiales africanistas sobre los maravillosos y frugales años que vivieron en su juventud, con un par de recién otorgadas estrellas de 6 puntas, con todo el futuro por delante y subalternos a sus pies, en un mundo que ellos no sabían que se acababa para siempre.

He leído numerosas experiencias de esos oficiales de la General, que se dedican a escribir de sus recuerdos edulcorados cuando les llega la senectud o pasan a la Reserva. Pero todos adolecen de lo mismo: falta de calidad literaria, escaso sentido de la crítica y una irritante idealización de personajes y situaciones, que si bien tienen valor precisamente por su subjetividad, ésta acaba sepultando lo obvio y objetivo, convirtiéndose en poco más que remembranzas seniles de color sepia.

Siroco es una de esas obras no bien escritas, aunque el autor se esfuerce. Lenta, con destacables erratas y hasta faltas de ortografía. El fárrago de sus listados de palabras y frases en hasanía la hacen incomprensible al principio, hasta para un iniciado como el que suscribe.

Aceytuno escribe como para no dejarse nada de su erudición sobre el Sáhara en el tintero. Guelta (de) Zemmur y los otros puestos militares, sus pozos, sus montañas, sus nómadas, sus frases, sus indumentarias y sus costumbres, … y todo eso -de manera pormenorizada- agota la paciencia de cualquiera que no haya sido legía, haya vestido un uniforme color garbanzo o respirado el aire caliente y polvoriento del Sáhara.


Macho de Gacella dorcas
Sin embargo el libro tiene un doble valor extremo: es una experiencia directa y escasamente novelada de un joven teniente de 25 años al mando de una guarnición indígena en medio de una guerra colonial en África y, además, su minuciosidad sirve para contrastar nuestras experiencias previas y filtrar lo espurio y hasta lo estúpido y sectario de los relatos orales, los recuerdos y lecturas de otros militares de carrera y de oficio, y de una caterva de civiles que, como chacales abrevando en una guelta, ensucian los manantiales puros de la verdad con esa pátina de inseguridades personales, barrigas siempre llenas y cráneos donde hacen eco sus 3 ó 4 ideas sobre lo que son la milicia, la política y los gobiernos en cada circunstancia, viendo el pasado bajo el prisma amanerado de sus intoxicadas y ajedrezadas pupilas peninsulares.

El autor patina en ofrecernos una obra literaria que perdure por ello, tal vez era consciente, pero se deja llevar por el lirismo. Sus escenas de amor son tan pueriles como risibles y desencajan el tono documental y paisajístico que tanto valor le otorga a esta obra, fundamental para entender qué pasó allí y por qué pasó.

El escritor no es un cualquiera: mandó un destacamento a camello de áskaris, se diplomó en Estado Mayor, asumió un regimiento en la Península y llegó a general de división.


El príncipe Juan Carlos en el Aaiún
De niño y adolescente residió en el África Occidental Española, y en sus primeros años de profesional volvió a esa franja desértica volcada al Atlántico, que el sultán de Marruecos ha ocupado en la actualidad, haciendo creer a todos una falacia, con la connivencia de un rey vendido y mendicante, unos políticos rastreros y una superpotencia protestante que prefiere aliarse con naciones de distinta fe para impedir que España domine el Atlántico a la altura del estrecho de Gibraltar.

Invito a leerlo a todo aquel que desee conocer el Sáhara en toda su esencia antes de la invasión marroquí y el motivo del exilio del pueblo saharaui, despojándose de los filtros ideológicos para disfrutar de un té ardiente y dulzón en una jaima, con el olor a cabra en el ambiente y los ojos de una mora misteriosa y bella detrás de un heike.


Título






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