
Me enteré por causalidad, pues alguien me invitó a un intercambio de idiomas y decidí darme una vuelta por allí a ver qué se cocía.
La entrada está en obras y uno se imagina un espacio
destartalado, como de okupas de pelas. La escalera es de hierro soldado, y no
hay un solo ascensor que funcione, por lo que se necesita estar en forma para llegar
hasta arriba sin resoplar.
Una vez que llegamos todo cambia: una terraza espectacular con extranjeras
regordetas bien monas, gays
clasicones y un público underground
civilizado del barrio que se dejan servir por atentas camareras. Puedes elegir
entre tumbarte en unos outdoor chaise
lounges blancos, en taburetes y hasta en el suelo, junto a cubos
luminosos sobre una hierba artificial que da el cante, pero que por la noche
parece otra cosa.

Ha sido una de las sorpresas de un agosto esperanzador para
la hostelería en Madrid, que se ha lanzado a la creatividad para no sucumbir en
esta crisis, que acabará asesinando las barras más tradicionales y relegando a las
menos innovadoras. Es una cuestión de luces.
Los antiguos consumidores de clase media, transformados hoy
en subproletariado, también tienen aquí su espacio. Se trata sólo de no beber
tanto y conversar más.
Precios
El tercio de cerveza con papelito negro
que cubre el gollete
a 3 euros,
y el vino blanco de Rueda a 2’90.
No está nada mal.
Gymage Lounge Resort
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