La exposición acogida por la
bonita galería Fernando Herencia me hizo entrar para ver qué
congregaba allí a tantos jóvenes de cortas melenas
rubias y saharianas, caracolillos engominados y faldas de vuelo con
tacón:
Pues ... planchas de acero al ácido
mal recortadas de un tiburón, de un bisonte y hasta de
cabezas, que complementaban unos pequeños dibujos de mal trazo
colgados de las paredes, tan bisoños e inexpresivos que
avergüenza preguntarse por su motivación o significado.
En lo más profundo de la
galería, en un rincón claustrofóbico, una serie
de retratos de personajes nos asetea el rostro: Jimi Hendrix, lo que
parecen un par de ayatolás, Camarón, Bob Marley y hasta
un Papa irreconocible.
Y no es el trazo impreciso o la escasa estética
vista lo que incomoda, sino la sobrevaloración de un arte
truculento de hasta 3.200 euros la pieza. Tal vez el autor pensó
que si Bacon puede vender sus cuadros por cifras astronómicas,
a pesar de hacernos sentir que padecemos degeneración macular,
él también podría.
Nicolás González-Camino
se ha lucido especulando con sus capacidades artísticas y a
tenor de lo visto, con notable éxito de público, aunque algunos estaban más pendientes de sus móviles, de sus
relaciones sociales y de los pinchos de tortilla que de mirar de
verdad lo que tenían ante ellos, porque al fin y al cabo, tampoco el arte era lo suyo.
Quizá el único mérito
-además del descaro- de Nicolás sea el de agrupar de manera novedosa piezas metálicas y el alter ego pintado. Salvaremos de la
hoguera de las vanidades al notable bisonte de acero, previo pulido de sus
bordes peligrosos, tal vez para encabezar la cueva de Altamira o
alguna cafetería de Cantabria, pero con una sustancial rebaja en el precio que no nos haga quedar como gilipollas.
Dónde:
Galería Fernando Herencia
Ruiz de Alarcón, 27 - Madrid