domingo, 21 de agosto de 2022

Repaso a los jardines de Madrid

El feo y destartalado parque de La Ventilla
Los jardines de Madrid, no están todos pero sí los que se me ocurren

Madrid es pródigo en arbolado callejero y en superficie arbolada, y hay muchos jardines convencionales sin interés, de esos para cumplir las demandas de los vecinos, de esos con fuentes de cemento vacías y sucias, de setos sin recortar, poblados de plátanos de sombra fungosos y papeluchos volados por el viento.

Luego hay otros jardines y parques venerados por los turistas, como el Retiro, con escaso valor florístico y mucha extensión, aunque con edificios interesantes en su interior. La Guerra de la Independencia le hizo mucho daño y no han sabido recuperarlo sus herederos.

Dentro de él hay incluso una estufa fría que nunca se llegó a utilizar y que ahora llaman Palacio de Cristal de manera rimbombante y obscena, un lugar señero para indicar a las claras el poco interés botánico de una ciudad como Madrid, que dedica su mejor contenedor vegetal a unas exposiciones de tan escaso interés que la mayor parte de la gente visita para ver precisamente la estructura del invernadero.

El cercano y diminuto Jardín Botánico es un abigarrado montón de especies y ha perdido cualquier interés paisajístico, aunque es bastante útil para aprender a reconocer las plantas.

Quinta de Los Molinos, interesante jardín mediterráneo agrícola recientemente descubierto por el gran público por sus más de mil almendros, dicen ...

O Quinta de Torre Arias, que son restos de una heredad señorial con sus jardines, invernaderos y huertas, con algún ejemplar interesante, como su encina esquinera, pero nada maravilloso a nivel vegetal. Sus agrupaciones de rusco son las más abundantes de los parques que conozco en la capital.

Otra quinta, la Fuente del Berro, es más original e interesante, encajada entre una autopista y una zona de casas bajas de aspecto mediterráneo.

El enorme parque Juan Carlos I no es más que una horrible manifestación de lo que la planificación municipal y la ideología masónica actuales pueden hacer: una mierda.

El Capricho es también un parque de simbología masónica, pero con el gusto de la cultura paisajística y del romanticismo, y sin duda el parque más bello de Madrid.

En Torre Arias hay árboles interesantes,
como este negrillo (Ulmus minor).
Otro de mis preferidos es el Parque del Oeste, de estilo inglés, muy bien diseñado y cuidado, bello, sobrio, divertido por sus colinas y estatuaria, y con grandes ejemplares para lo reciente que es, pues data de la posguerra, es decir, de hace unos 80 años.

Los Jardines del Príncipe de Anglona son el ejemplo contrario: muy antiguo, muy pequeño, descuidado, ... Se ve que el ayuntamiento sabe la joya que tiene pero le importa tres cojones. Urge una intervención para salvar su suelo de ladrillo, sus especies y su deplorable aspecto, incluyendo la vigilancia contra las merendolas que organizan algunos papás pijos progres de la zona dejando que sus niños salvajes se suban a los granados de allí.

El Campo del Moro es todo lo contrario: enorme y bien cuidado, con ejemplares notables, como robles y pinos. Tiene en un pequeño estanque dos cisnes negros, hay pinos laricios notables y un gran roble centenario que merece por sí solo la visita. En la actualidad tiene un bar cuya instalación es un acierto para atraer visitantes, pues está muy a trasmano de todo.

Y luego hay otros, más o menos interesantes, más o menos extensos, más o menos urbanos, circunscritos a la ciudad de Madrid, como:

Los Jardines de Sabatini, actualmente ofendidos por el hachazo a su cerca por el inefable y abstruso proyecto de la Pza. de España, una basura muy digna de la gestión nefasta de la alcaldesa comunista Carmena y del continuismo del conservador Almeida, que no ha querido corregir la bazofia más cara que se ha construido en Madrid desde el scalextric de Atocha.

Madrid Río, gigantesca cubrición de una arteria viaria urbana.

El Manzanares con sus odiosos ailantos
a su paso por Madrid
Recuperación del río Manzanares, a ratos un acierto a ratos un despropósito.

El Olivar de Castillejo, con su hectárea y cien olivos, mucho ruido y pocas nueces: una especie de huerta descuidada con arbolado de poca altura que se vende como un paraíso en la tierra, con una pequeña casa de ladrillo que necesita una restauración a fondo y en medio de grandes edificios que lo encajonan.

Jardines de Pablo Sorozábal, con su Jardín del Ajedrez.

Jardines de la Casa de América, junto a Cibeles, con salas de exposiciones y un bar restaurante, pequeño y sombreado, una isla en medio de Castellana, pero poco más.

El jardín del patio del Museo de América en Moncloa.

El jardín del patio del Museo Reina Sofía, grande, soso, intrascendente.

El jardín del patio del Museo Romántico, muy pequeño y agradable, sin apenas interés botánico pero interesante para un descanso y promover la quietud y el deleite.

Parque Santander, en antiguas instalaciones del Canal de Isabel II, muy urbanizado e intransitable, rodeado de instalaciones deportivas y modificaciones de tinte político que actualmente lo tienen prácticamente inservible y desconectado por zonas. Otro despropósito político mayúsculo en esta ciudad de políticos mediocres y desnortados.

Parque Rodríguez Sahagún, zona aterradora
Parque de Rodríguez Sahagún, interesante por ser una de las pocas zonas ajardinadas del distrito de Tetuán, pero con inmigrantes del Este de Europa pernoctando, suciedad y mobiliario urbano descuidado. Incluye un aparcamiento donde la gente cambia el aceite o arregla sus vehículos. La Junta de Distrito pasa del tema.

Parque de Rodríguez de la Fuente, un despropósito de pinos, de abulia y de falta de mantenimiento al que deberían llamar con el nombre de cada alcalde actual para no desmerecer al gran naturalista español.

Dehesa de la Villa, pinos piñoneros y caminos. Algunas jaras pringosas, chumberas y poca variedad de especies. Junto a uno de sus caminos se declaró recientemente un incendio y aún no se limpiado de mierda de pernoctas el espacio quemado.


Parque de Berlín, con sus pedazos de lienzos del Muro de Berlín. Pequeño y muy interesante parque por los árboles cultivados que alberga, con buena calidad de conservación.

Jardines de Ciudad Lineal. Desde que se construyera, se han limitado a regar la hierba. Grandes pinos y cedros podados de mala manera después de los destrozos de la borrasca de nieve Filomena, que causó estragos por la falta de mantenimiento previo de los árboles de toda la ciudad.

Jardines de Palacio de Liria, un patio por descubrir.


Parque Rodríguez Sahagún, de película gore
Jardines de Plaza de Oriente. Podría ser un referente en Madrid, pero el aparcamiento que hay debajo impide el crecimiento de otra cosa que no sean magnolios y arbustos. Parterres escasos de interés y pobrísimos estando delante del Palacio Real.

Jardines Mohamed I, un yacimiento arqueológico y zonas con algunas plantas que son una encerrona porque sólo tienen una entrada y no puedes subir hasta la calle Mayor desde la zona de la terraza Atenas.

Talud de la muralla frente a la catedral de la Almudena, se lo podrían haber currado un poco más.

Jardines de San Francisco, antigua dalieda, un balcón de Madrid a la nada, porque está descuidada, como todo lo vegetal en esta ciudad disfrazada de verde.

Rosaleda del parque del Oeste (Jardín de Ramos Ortiz). La más valiosa y desconocida rosaleda de Madrid, útil para conocer las variedades de rosas en un entorno tranquilo cerca del teleférico.

Rosaleda de El Retiro, pequeña e interesante, un complemento del parque y, seguramente, su espacio vegetal más cuidado e interesante.

Hay otros muchos, escondidos en patios, abandonados o desfigurados por manos torpes, olvidados o sitiados en áreas periurbanas. Se me ocurre el aberrante parque de la Ventilla, ejemplo de cómo plantar pinos laricios a diestro y siniestro, y te deja con ganas de no volver ni para ponerlo a parir.

Pero voy a relatar mi descubrimiento de uno diminuto, bellísimo, un rincón andaluz en medio de la urbe ruidosa: el jardín del Museo Sorolla.

A pesar de haber trabajado en la acera de enfrente durante un año, pasado decenas de veces por su puerta, conocer su existencia y hecho decenas de intentos de visitar a un pintor que de veras me gusta, no imaginaba su belleza e interés.

Ayer (no recuerdo el día, sólo que era plandemia), acuciado por la necesidad de recuperar un Madrid que se nos muere por la maldad, estulticia y negligencia de sus dirigentes nacionales, regionales y locales, me sugirieron tomar un café en sus jardines.

Imaginaba que esas mesitas que veía desde fuera eran de un pequeño café en un exiguo jardín de tres grandes árboles y alguna enredadera, tal vez una fuente redonda de piedra artificial y algún seto, todo lo más de boj, desencantado como estoy de las escasas habilidades de los jardineros de esta villa y corte republicanas.

Pero no, no existe tal café, ni nada sirven que no sea exquisitez, dulzura, buen gusto, estilo, en ese truculento estilo postromántico que imita los jardines romanos y andaluces, con una fuente lineal de azulejos y otra circular de mármol, pequeñas esculturas clásicas y hasta un arrayán plantado por el mismo Sorolla en 1917.

Un remanso de paz con el ruido de los coches, pero el mejor descubrimiento que he hecho en Madrid desde que visité las terrazas en altura.

El jardín del Museo Sorolla se restauró entre 1987 y 1990 y carece de unidad estilística, aunque es de una gran armonía.

Invito a la corporación municipal madrileña actual y a sus concejales presidentes de distritos a que visiten dicho jardín y tomen nota, pero atados, no sea que les dé por tocar algo.