viernes, 27 de diciembre de 2019

Navidad en Valladolid

Iluminación en la calle Santiago 2019
Valladolid fue una de las ciudades más feas de las que he conocido en España. Sin monumentos destacables, con una catedral inconclusa, desaparecidos muchos de sus patios castellanos, con un centro abandonado en sus fachadas y una periferia industrial que recordaba a las ciudades británicas de los 70 o al mismo Bilbao de hasta hace bastante poco.

De hecho, un alumno de su prestigiosa escuela de arquitectura me dijo hace tiempo que en Japón ponían a la ciudad como ejemplo de destrucción del patrimonio arquitectónico. Recordemos que Valladolid llegó a ser sede real desde 1601 a 1606.

Pero eso pasó hace bastante tiempo. El plan especial del casco histórico de Valladolid de 1997 devolvió la ciudad a sus ciudadanos, que empezaron a sentirse orgullosos de ella preservando las numerosas fachadas del siglo XIX. También el pavimentado de las calles del centro, el remozado -polémico- de la Plaza Mayor, la mejora de sus jardines y alumbrado y -sobre todo- el soterramiento de los cubos de basura y el mantenimiento de las calles limpias por el civismo y los servicios de limpieza; todo ello ha hecho que mi opinión haya cambiado radicalmente.

Hoy luce como uno de los centros más cómodos y limpios de las ciudades de Castilla y León, hay un excelente escaparatismo y una cuidada iluminación de los monumentos que quedan (en 2018 fue considerada la ciudad mejor iluminada del mundo). Los concursos de tapas de diseño han hecho olvidar las aceitunas y las patatas fritas rancias de los bares abiertos por los prejubilados de FASA.

Es verdad que está un poco más sucia con el alcalde Óscar Puente que con Francisco Javier León de La Riva, pero viniendo de Madrid -en plena Navisura- es una minucia pronunciarse por esto a favor de uno u otro regidor.

Plaza Mayor de Valladolid, día de Navidad 2019
Da gusto pasearse por sus calles, e incluso el mercadillo navideño está montado con gusto. No han puesto la pista de patinar sintética pero hay más espacio, con buenos puestos de churros tradicionales (qué le vamos a hacer), artesanía e incluso -dicen- hay ponche caliente.

El día 25 de diciembre por la tarde se ve que el ayuntamiento no les ha obligado a abrir a todos y no pude acercarme a probarlo. Es sorprendente que en plena afluencia de público los tenderos se queden en casa. Sólo la tercera parte de los puestos estaban abiertos.

Lo que más éxito tiene en el centro son las casetas de petardos, muy bien surtidas, pero no parece el mejor sitio para hacerlos estallar por la interesante población de aves del parque de Campo Grande de al lado. Urge que no se permita el lanzamiento de petardos por la noche para no matar de un infarto a las aves que duermen.










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