martes, 13 de diciembre de 2016

Un vin chaud en Montmartre

Carrito de castañas en Montmartre, en
la entrada a la iglesia de Saint-Pierre
Una de las motivaciones principales para viajar a Europa cruzando los Pirineos son los mercadillos de Navidad, pero por su vino caliente.

Todavía en 1989 residía en Valladolid. Durante mi primera salida navideña a otros países de la Comunidad Europea de entonces, me asombraba el lujo de sus tiendas en Alemania, Dinamarca y Francia, y los productos que se podían comprar en ellas, a unos precios más o menos asequibles debido a la fortaleza de la peseta en aquella época.

Sin embargo hoy, residiendo en Madrid, no busco más interés en los locales de la hoy Unión Europea occidental que el de tomarme un café solo en condiciones y que el transporte urbano sea cómodo y rápido para cambiar de barrio, habida cuenta del montón de chucherías navideñas de fabricación china que se extienden por toda la vieja Europa.

La primera parte de este deseo se cumple sobradamente en París, con los apetecibles cafés noirs a 2€ con un mini vaso de agua, aunque te meten un sablazo de 8€ si acompañas con una copita de Armagnac mientras lo paladeas asombrado por lo jodidamente bueno y caro que es, junto a un exiguo árbol navideño. Recomiendo para esto Bistrot Corse, en 64 rue Rambuteau.

Pero no la segunda, por su rápido metro, eso sí, aunque sobradamente asqueroso, símbolo de la tolerancia parisina con los pobres y buscavidas de todas las procedencias, que mean en los andenes y pasillos, donde venden fruta, y con músicos, acróbatas y portadores de grandes bultos que inundan los vagones en cada parada.

¡Oh, qué insufrible París por su acongojante metro!


Venta de ostras junto a Saint-Pierre
Al fondo el Sagrado Corazón
El mercadillo de Navidad de Montmartre

Buscando algo muy típico, nos dirigimos a Montmartre con una nativa de excepción. No buscaba el tipismo del barrio pictórico, sino estar en lo más alto de París y ver la basílica que conoce todo el mundo.

Montmartre es realmente un sitio de especial significado, que representa la lucha de la Iglesia Católica francesa y su contrapoder, la Masonería, representando al laicismo menos tolerante y más anticlerical, militante y agresivo, personificado en las pintadas ofensivas que en ocasiones cubren las paredes de la iglesia y también en su historia, asociada a la época de la Comuna de París.

Conflictos polémicos a parte, el caso es que disfruté de sus pintores callejeros en la Place du Tertre en ese frío día; de reconocer la casa art decó de Maurice Neumont,  un personaje esoterista, presumiblemente masón; de sus pequeñas mansiones; sus muros de piedra; cuestas y escalinatas y, sobre todo, de un pequeño mercadillo de Navidad junto a la iglesia de Saint-Pierre -sin productos religiosos- en el que podías tomar vin chaud y castañas asadas y … ¡ostras con champán!

Cierto es que una mujer vociferante que frisaba la sesentena me ofreció antes en una concurrida callejuela un excelente vino caliente con vainilla, en una escena que bien podría haber sido del siglo XVIII, pero tomarlo posteriormente en la entrada de la iglesia, junto a un puesto de castañas decimonónico, no tiene precio.

Carrito antiguo de castañas.
Al fondo, puerta de entrada
de Saint-Pierre en bronce
Dicho puesto rodante escondía un motor y un horno modernos para tostar las castañas, que tenían un delicioso sabor, pero quizá menos intenso que las castañas gallegas de Madrid tostadas al carbón, de manera más tradicional pero no tan espectacular.

Aunque por "tipismo", puede irse uno a la entrada del Musée d'Orsay, donde avezados hombres de más allá del Adriático las cuecen y ofrecen sobre carros metálicos de la compra, restando mucho glamour a la visita, en este París notablemente deteriorado por excesivamente globalizado.

Volviendo a la experiencia del vino caliente, hoy no es nada popular en España, tal vez por los inviernos suaves de la mayor parte del país, y muchos españoles asimilan la tradición “a los países nórdicos”.

En realidad el vino caliente es una antigua tradición que se extiende a la época griega, atribuyendo su “invento” nada menos que a Hipócrates (vino hipocrás nos dice Rober de Nola ya en la Edad Media), pero empezó a ser muy conocido con el nombre de conditum paradoxum en el ámbito romano, al cual desde luego perteneció la a la vez indómita y civilizada Hispania.

Chocolatera antigua en Montmartre,
en la entrada a Saint-Pierre

José Maillet ya hablaba también de vino hipocrás y vino hipocrás espumoso en 1851 en un recetario, por lo que no es ningún sacrilegio reintroducirlo en los mercadillos navideños españoles de la meseta, donde hace una rasca que ayuda a la degustación de esta sangría de invierno.

Si lo hacemos con vino tinto, se llama hipocrás y lleva 1/4 parte de agua, y si lo hacemos con vino blanco se llama clarea, aunque éste, después de la ebullición, se sirve fresco.

En algunas partes de Alemania y de Finlandia también si es blanco se toma caliente.

Vino caliente con castañas asadas ... qué buena combinación para un bonito mercadillo navideño de artesanía en Madrid.



La iglesia de Saint-Pierre

La iglesia Saint-Pierre es una de las más antiguas de París y el único vestigio de la antigua Abadía Real de las Damas Benedictinas de Montmartre, construida en el siglo XII por iniciativa del Rey Luis el Gordo y su esposa Adélaïde de Savoie. Fue compartimentada en 1134 y podía así recibir a la vez a las Benedictinas y a los parroquianos.

Contiguo a la iglesia de Saint-Pierre está el pequeño cementerio du Calvaire del siglo XVII, que encierra 80 sepulturas, incluso las de los molineros Debary, la del escultor Jean-Baptiste Pigalle y el de la familia Feutrier.

Ver enlace


Lateral derecho de Saint-Pierre,
al fondo Sacré Coeur


Iglesia de Saint-Pierre
desde Sacré Coeur

Portada de la iglesia de
Saint-Pierre con sus
tres puertas de bronce





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