miércoles, 18 de diciembre de 2019

DE CÓMO UN VUELO CON IBERIA TE JODE UNAS VACACIONES DE ENSUEÑO

Oslo S, estación central de Oslo, un poco de lío con
los trenes si vienes con la boina puesta,
pero bien si estás atento a la letra pequeña
Iberia es esa línea aérea que estuvo dando un servicio digno a sus pasajeros durante muchos años y que finalmente fue vendida a British Airways para pagar las pensiones de los trabajadores de ésta cuando más saneada había estado Iberia.

Desde hacía muchos años que ya no utilizaba la antigua aerolínea de bandera española, fundamentalmente porque mis destinos no coincidían con los que cubría –cada vez menos- pero también porque era cara y no ofrecía nada que no ofrecieran mejor otras.

Durante esos años viajé mucho con Sabena a Bélgica, KLM a Holanda y Lufthansa a Alemania, con SAS, Finnair y Norwegian a Escandinavia, con Air Europa, TAP, Ryanair, LOT, Garuda, SilkAir y otras que no recuerdo … Unas de bandera, otras de bajo coste y otras que ya ni existen. 

Lo que sí que recuerdo es mi reciente vuelo a Berlín con RyanAir como algo más cercano a un incordio que a un viaje, pero los dos vuelos a Oslo con Iberia en el A319 Las Médulas de hace una semana han pulverizado todas las experiencias desagradables que alcanzo a recordar.

El check-in en la T4 empezó con unos trabajadores de los mostradores más preocupados en controlar su estrés que en la inflamación de huevos que teníamos los que esperamos casi 45 m en la cola. Un vez dentro, el embarque fue un pequeño vodevil, donde los tripulantes ejercían de comparsa y estorbaban en los pasillos más que ayudaban, bisoños y desinteresados.

Iberia, la aerolínea que no te hace
ni puto caso en Twitter
Los asientos minúsculos, donde si hubiera llevado puestas unas rodilleras se me habría desencajado un fémur, y ni una bolsa o sujeción para poner la botella de agua. También brillaba por su ausencia una revista para echar un vistazo a lo que ver en Oslo. Ni por asomo habría un refrigerio a cuenta de Iberia y sólo dos horas después, cuando ya salivábamos de hambre, anuncian tímidamente el catering.

Los precios son a cojón de mico, debe de ser que se mimetizan con los precios de Noruega, aunque el servicio lo mantengan a la altura de República Centroafricana, por eso de conservar una equidistancia con la Península.

Como se me antojaba insuficiente un café de avión con galletas que no había, me pedí un bote de comida preparada que decía que contenía en una bonita foto ‘macarrones a la arrabiata’.

‘Malos no serán’ me dije, pensando en que alguna arrasadora queja anterior los hubiera defenestrado del menú. Cuando el arisco auxiliar con barbitas me trajo el abrasador vaso de cartón me frustré: Intentaba pescar diminutos macarrones en agua sucia con el tenedor que me pusieron, y, entre crudos y quemados, había algunos remojados y demudados de color. La pasta sin hacer y el picante que llevaba me dejaron jodido el estómago las dos últimas horas de viaje y el resto del día en Oslo, como un grato recuerdo de la aerolínea que me llevó. Curiosamente el equipaje bajó de inmediato cuando llegamos a Oslo.

Cuervos frente al check-in de Iberia
¡Qué mal rollo!
Al bajar, en un aeropuerto pequeño y saturado, todo bien, al igual que la fantástica semana que pasamos en Oslo. Pero el día 15 todo cambió. Nuestros compañeros en la cola del check-in parecían rudos trabajadores de plataforma petrolífera que volvían a casa, y los empleados de Iberia decidieron estar a la altura.

La celeridad y amabilidad son sustantivos prohibidos para ellos y se emplearon a fondo. Eso ya lo conocíamos, sin embargo empezaría el baile de sorpresas. La chica indostánica que nos tocó nos obligó a facturar el equipaje de mano 'porque no había sitio en cabina'. Así que saca ordenadores, revisa pertenencias privadas, etc.

Y luego el control de seguridad, tan engorroso como cualquiera. Embarcamos con algún desorden, porque no se aclaraban las empleadas –otra vez la indostánica- y se mezclaron los grupos 1, 2 y 3. Eso nos llevó de nuevo al vodevil conocido del viaje de ida. A dos pasajeros de nuestras inmediaciones los movieron de la salida de seguridad con explicaciones varias y luego anduvieron dos señoras argentinas paseando por el avión porque no encontraban sus números.

Después tocó deshelar las alas a chorro con una grúa. Finalmente, después de media hora de retraso y por 'problemas con la documentación', el pequeño, ruidoso e incómodo Airbus A 319 salió limpiamente.

El vuelo resultó aún peor que el de la ida. El curtido trabajador de delante estuvo roncando como lo haría un troll querulante con vegetaciones. El espacio para las piernas debía de haberse encogido, o nosotros engordado de culo con las pølser noruegas, porque casi todo el viaje lo hicimos con apertura impúdica de piernas. Menos mal que el clima noruego no invita a llevar minifalda porque se nos habría enfriado el asunto como a la señora de Admunsen en su ausencia.

Escarmentado y escaldado por los macarrones a la arrabiata de la ida no me atreví a pedir otra cosa que un café, mientras me comía unas obleas para tacos que me traje y de los que no me pude sacudir las migas de encima por no poder estirar el brazo hasta el final del espantoso trayecto.

Como tenía el zumbido constante del aire acondicionado que no me dejaba oir ni a mi bella e incomodada compañera de viaje, quise dormir, pero el troll de delante me desvelaba, así que decidí combatir mi insatisfacción con otro café. 

Tuve que llamar dos veces a la azafata, que por aburrimiento me atendió y me dijo que ya no servían nada porque ‘estábamos a punto de aterrizar’ aunque faltaban 40 minutos. En fin, pensé: a ver si se acaba esta puta mierda. Me lo había pasado tan bien y nos habíamos gastado tanta pasta que pensé en otras cosas.

Al aterrizar, de nuevo el incordio, pues esperamos las maletas durante 30 minutos largos; tal vez les estaban echando anticongelante a las bisagras. La cinta las expulsaba con violencia, pero las abrimos y nos pareció que todo estaba bien. En cambio, al salir y descabalgarla del carro, una se descuajeringó. Mala suerte, reclamaremos cuando estemos en casa, me dije ingenuo.

Maleta y contenido de otra rotos por Iberia
Al llegar a casa la cosa fue peor: una de las botellas que formaban parte de una lámpara de diseño sueco estaba rota, a pesar de ir entre jerseys gruesos de los que se pone uno en Noruega. Y en el trolley que nos obligaron a llevar en la bodega la presión a la que lo sometieron acabó por abrir los botes de los geles, que gracias a que iban en una bolsa ad hoc no acabaron pringando los papeles. 

Como colofón, se me ocurrió pedir ayuda a Iberia por Twitter y me dicen que no se hacen cargo de las botellas metidas en los equipajes (debe de ser que la brutalidad está en su código de navegación) y que reclame no sé dónde (no lo pone nada claro) la maleta rota, la cuál acabo de tirarla a tomar por culo del cabreo. En fin, Iberia nunca más. Y desde luego tampoco en Vueling o British. A BARCELONA iré en AVE y existen otras muchas compañías aéreas por el mismo precio y con menos desprecio, adiosito.

2 comentarios:

Luna dijo...

Lo mejor; un viaje a Chinchon( con acento en la O

Feliz 2020

El Zenobita dijo...

Pues tendrá su mercadillo medieval en Febrero, con su cetreros y aguamieles ... recomiéndame una entrada de tu blog