Madrid, 14 de mayo 2024
Ignatieff es un apellido que me sonaba de alguien que lo citó en redes sociales, o tal vez de algún artículo leído que no se me quedó en la memoria reciente.
Sin expectativas de un ponente que diera soluciones a mis
inquietudes sociopolíticas, pero con la curiosidad de saber lo que iba a decir,
reservé localidad en la Fundación Ramón Areces.
Había mucha gente muy bien arreglada y con una media de edad
en la jubilación, y muchos ya llevaban más de una década en esa situación.
Muy pocos optaron por la traducción simultánea, evidenciando
su educación bilingüe en colegios internacionales o la vanidad de la apariencia,
aunque no se perdieron demasiado estos últimos, porque fue el de Ignatieff un
discurso huero, lleno de los tópicos de los que se dicen liberales y
socialdemócratas -que ni ellos mismos tienen claro- con la palabra ‘democracia’
como conjurador de todos los males, cuando realmente es el problema.
Después de las jabonadas que le dio el presentador al ponente
-sólo faltó meterse en la cama con él- Ignatieff nos amenazó con incomodarnos
diciéndonos cosas de la democracia española, y eso esperábamos, porque un
canadiense como él, que vivió en Estados Unidos, cree que debe darnos lecciones
de democracia. Sin embargo no debió atreverse y lo evitó, tal vez porque muchos
sabemos de los problemas de Canadá y de los autoritarismos de su presidente -que
no citó- ni tampoco el gallinero en el que se ha convertido Estados Unidos, que
hoy, si es que es ejemplo de algo, es de afán de control y de bombardear,
intervenir gobiernos y realizar espionaje a sus aliados.
Habló de su desagradable experiencia política canadiense por
sus enfrentamientos con sus opuestos políticos y que cayó en el odio a los
mismos. Hoy nos aconsejaba no caer en el mismo error que él, e irnos a un bar a
tomar algo para limar asperezas. También habló de que en los matrimonios no
debe contarse todo, como símil de la política, y que hay que hablar las cosas
para evitar el conflicto.
La verdad es que me estoy esforzando en recordar algo de valor,
que no sean algunas chorradas vertidas, como que los asturianos, gallegos,
catalanes y vascos -sí, asturianos- tienen profundos sentimientos nacionalistas,
y no sabemos de dónde se habrá sacado esa idea.
Lo cierto es que un ponente así no está para dar consejos a
los españoles e hizo bien absteniéndose para no cagarla aún más.
Michael Ignatieff, Fundación Ramón Areces |
Ahora mismo vive muy bien recibiendo premios y no es plan de
boicotearlos.
El discurso de este señor, antes desconocido por mí, y al
que ahora califico de irrelevante e irritante como vendedor de humo, no aportó
nada nuevo ni original, ni siquiera sugerente. Y tampoco hubo tiempo para las
preguntas, lo cual es fiel reflejo de la democracia occidental: una dictadura
en la que las formas de disimulo ya ni por asomo se aplican, porque sus voceros creen,
como nuestro presidente Sánchez el Mentiroso, que los males se conjuran con la
palabra “democracia”, cuando no es que ya no tenga contenido, sino que estamos
descubriendo que no es más que una dictadura alternante con ficción de
libertad.
Mi compañera de butaca, acabó indignadísima por lo que
escuchó, porque perdió su tiempo, y no le faltaba razón, porque cuanto más
intento recordar la conferencia más me irrito, no con el Sr. Ignatieff, que
hace lo que puede para que la vida le sonría, sino con los lameculos y
aplaudidores que en nuestra “democracia” y sus defensores sólo ven la crema suculenta
encima de un enorme pastel de mierda.
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