Me acerqué hasta el centro a tomar una cerveza como a las 21:30. El olor acre y ligeramente dulzón a plástico quemado que flotaba en el aire no invitaba a curiosear.
Había mucha Policía en la comisaria de la calle Montera, pertrechados ridículamente con material antidisturbios y atrincherados con vallas, lo que intimidaba e inutilizaba las instalaciones para que el púbico quisiera denunciar algo. La gente paseaba a escasos metros, algunos con banderas de sindicatos.
En una de las calles aledañas ardían unos contenedores de papel, sin que los mocitos de los escudos se dignaran a apagarlos. Estaban muy ocupados en defenderse de unas agresiones que sólo existían en sus mentes.
Había un indigente que cruzaba cajas de cartón en la calle, a modo de barricada para los coches. Los contenedores de basura volcados sólo los sorteaban los taxis, indiferentes a la movida. En eso, escuché un estruendo, pero no me paré a mirar: ¡Bancos hijos de puta! ¡hay que joderlos! Un joven encapuchado acababa de golpear algo, tal vez un cajero automático. Sus compañeros callaban y no lo secundaron.
Joven se cae sola al metro. |
Joven golpea con la cabeza a la Policía catalana |
Me metí en el Café Galdós, un bar internacional, y los panolis de dentro sonreían ajenos al ajetreo de fuera. Me marché después de tomarme la caña, por la que me soplaron 2'50 euros. De las paredes colgaban tres pinturas de aficionado por las que pedían entre 450 y 775 euros, un verdadero despropósito.
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La Casa de Correos mostraba el mismo aspecto fortificado, como si "el pueblo" fuera a asaltar la institución regional, donde se refugian los que cada día lucen corbatas y faldas planchadas mientras les rodea la miseria con su total indiferencia.
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