El oficio de director de teatro es más creativo que el de
crítico, porque el primero crea o recrea y el segundo opina desde fuera, pero
esto no debe llevar a sacralizar el primero de estos oficios y denostar el
segundo, porque el crítico no deja de ser el objeto para el que se realiza el
teatro: el público.
Dentro del calendario de Madrid Activa, se representó el
pasado 20 de marzo la obra “El procedimiento” dirigida por Luis Miguel González
en el Centro Cultural Eduardo Úrculo, del distrito de Tetuán.
Con la publicidad a base de octavillas con la que se
anunciaba “El procedimiento” sorprende el llenazo del teatro, porque ni
siquiera aparecen el lugar y la fecha de la representación.
Un escenario muy parco |
Y también es una obra oscura, en la que el fárrago de su
entramado de problemática laboral lo emborrona todo para el espectador no
avisado. Tal vez el conocimiento de las entrañas de TVE por parte del director
le haya provocado un chaparrón de ideas.
Aún así, ni el director ni el guionista se atreven a entrar
a fondo y con claridad en la cuestión política y de corrupción moral, dando por
resultado una obra opaca, confusa y aburrida, que se hace larga en exceso y en la que ni siquiera los papeles de ambos actores quedan claros.
El principal error es haber elegido un tema tan específico y
polémico, de alta política, que se niegan a abordar en su aspecto más
interesante, entrando más a fondo en la trama independentista y de discusión de
la monarquía parlamentaria, por ejemplo; y se queda en una boutade, en una
mueca a medias con exabruptos para llamar la atención, como una broma homosexual
de dudosa pertinencia y un par de accesos violentos que no convencen a nadie.
El procedimiento, de González Cruz |
La intervención de Chema Ruiz es de un gris muy poco convincente, y la de Daniel Martos la eclipsa por barroca y sobreactuada, si bien despliega un notable esfuerzo memorístico y de dicción que pienso que es lo único rescatable de toda la representación.
En la platea, algunas voces revolucionarias se enardecieron
con la menor oportunidad de criticar al Jefe del Estado, otras abandonaron
discretamente la sala y algunos hacíamos esfuerzos sobrehumanos para no
quedarnos traspuestos.
Felicidades, al menos, a quien supo llenar la sala –a rebosar-
y al público ávido de teatro, que merece algo de más calidad y más interesante para
que le queden ganas de seguir acudiendo a esta magnífica instalación.
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